sábado, 10 de noviembre de 2018

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

En el Israel de los tiempos bíblicos, el huérfano y la viuda (Salmo 145) representaban la quintaesencia de la pobreza: sin seguridad social, carecían de lo necesario para vivir; sin marido ni padre, no tenían defensa ni honra. Por ello, eran los primeros destinatarios pasivos de la limosna del buen israelita. Y, sin embargo, en las lecturas de hoy, dos viudas son paradójicamente presentadas ante el lector creyente como modelos activos de imitación y contemplación. Son modelos de generosidad, ya que dan no sólo de lo que les sobra, sino de lo que necesitan; y son ejemplos de confianza en Dios, ya que asisten al profeta enviado por Dios (Elías, 1 Re 17,10-16) y al templo de Dios que asiste a los pobres (Mc 12,41-44). Su gran generosidad remite a la ofrenda total de Cristo que, de una vez para siempre, destruyó con su sacrificio el poder del pecado, como nos relata la segunda lectura (Heb 9, 24-28).
Ahora bien, en el Evangelio de hoy Jesús no sólo apela a la imitación ética del discípulo, también pretende que él purifique su mirada y adopte su mismo modo de contemplar la realidad. De hecho, en el Evangelio aparecen dos verbos del campo semántico del “ver”: “Cuidado con (blepein: “ojo con”) los escribas...” y “observaba (theorein) a la gente que iba echando dinero...”. Mientras que todo el mundo se fija en el teatro de apariencia que escenifican los escribas (amplios ropajes, primeros puestos, rezos externos) y en las grandes limosnas de los ricos, Jesús orienta la mirada de sus discípulos hacia la anónima e insignificante dádiva de la viuda que, sin embargo, es más valiosa a los ojos de un Dios que “no ve las apariencias sino el corazón” (1 Sam 16,8). Así pues, las lecturas de hoy no solo nos invitan a dar limosna, sino también a purificar nuestra mirada y contemplar la realidad con los mismos ojos que Jesús.

Les dejamos el enlace con las lecturas del día y un video del Evangelio.



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