sábado, 4 de mayo de 2019

III Domingo de Pascua

     Cristo dispone en nuestra mesa el alimento imperecedero: su Cuerpo, su Sangre. Como a los
discípulos, nos ayuda en la travesía y nos hace experimentar su fuerza en una red que se llena de peces al seguir sus indicaciones. Es el Señor. Él nos llena, nos transforma, nos sacia.
     ¡Cuántas noches de trabajo infecundo! ¡Cuántos proyectos estériles hemos acometido!
¡Cuántas experiencia de fracaso llevamos cada uno en nuestro corazón! El Evangelio de hoy nos pone ante una verdad que no admite paños calientes: los mejores esfuerzos, si no cuentan con la ayuda del Resucitado, son vanos. Así lo vieron los discípulos, que tras una noche de pesca no había logrado nada. Pero viene Jesús y se cambian las tornas. Ahora la red está rebosante porque Cristo así lo ha dispuesto. También nosotros podemos constatar que en muchas ocasiones hemos tenido resultados asombrosamente buenos, que no podíamos esperar de nuestras pocas fuerzas. El Señor, con su ayuda invisible, ha hecho fructificar la tarea. Con Él, todo. Sin Él, nada. Con su fuerza podemos dar testimonio de la resurrección. Sin ella, somos cobardes que nos escondemos de los que nos persiguen. La escena evangélica nos ayuda a reflexionar: ¿contamos con Dios a la hora de emprender algo, sabemos ponerlo todo en sus manos, seguimos sus indicaciones?

     Les dejamos un enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


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