sábado, 6 de octubre de 2018

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

     Celebramos el XXVII Domingo del Tiempo Ordinario y el Evangelio nos presenta la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y el divorcio. El evangelista la sitúa en dos escenarios, uno público ante los fariseos, y otro en privado con sus discípulos. La palabra cautivadora de Jesús, que atrae a las multitudes, se convierte para los fariseos en una amenaza para el orden religioso establecido. Y, como en otras ocasiones, le lanzan una pregunta trampa, provocadora, sobre una cuestión discutida y polémica: ¿es posible que un hombre se divorcie de su mujer? 
     Jesús responde remitiéndoles a la ley de Moisés, y les hace ver que la concesión dada por la ley para el divorcio (Dt 24,1-4) fue a causa de “su dureza”, perversión, terquedad para vivir según Dios, pero no se corresponde con el proyecto original de Dios. Así lo recuerda citando los textos del Génesis (también bajo la autoridad de Moisés), que en parte escuchamos en la primera lectura: en el principio Dios los creó hombre y mujer para amarse y unirse, para ser una sola carne. Su unión fecunda recibe la bendición divina (Sal 127). Así pues, si la voluntad de Dios es la permanencia de la unión, el hombre no puede romperla. 
     El silencio de los fariseos, que acentúa la autoridad de Jesús, da paso a la instrucción privada a los discípulos en la casa. Jesús amplía su respuesta: si el hombre o la mujer se divorcia y contrae una nueva unión comete adulterio. Es decir, transgrede la ley que lo une en Alianza con Dios y su pueblo. Las controversias en el seno (“casa”) de la primitiva comunidad cristiana acerca de las uniones de los divorciados encuentran luz en la verdad revelada por Jesús que, como recuerda el libro a los Hebreos, ha sido coronado de gloria, una vez que ha atravesado el camino doloroso de la pasión y muerte, para hacernos partícipes de su gloria.

     Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario