sábado, 30 de septiembre de 2017

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

    La objeción que abre el texto profético abarca tanto a los que se han resignado al fatalismo como a los que temen la exigencia de la conversión. Objeción y respuesta constituyen una especie de pleito con Dios como en Jer 12. Lo peculiar de la justicia divina es el hecho de que para ella el hombre se define por su actitud presente. Es cierto que los actos del pasado condicionan e influyen fuertemente en la decisión presente. Es difícil cambiar, pero no es menos cierto que el hombre no hereda fatalmente su pasado. Aunque no puede aniquilarlo, puede liberarse de él, superarlo. El mensaje de Ezequiel es exigente, pero optimista ya que el deseo de Dios para el hombre es la vida, ni siquiera está echada la suerte del justo que se torna pecador, porque siempre le queda la posibilidad de volver a convertirse. 
    Esta llamada a la conversión es urgida por los emisarios divinos, como el propio Ezequiel y Juan Bautista, de quien Jesús dice que “vino por el camino de la justicia” (Mt 21,32), expresión que en la tradición bíblica alude a una conducta recta, acorde con la voluntad de Dios. Solo el hombre puede frustrar el plan divino, como en el caso de los líderes judíos a quienes se dirige Jesús, cuya vida había expresado en principio una negativa a obrar según esta voluntad (como el primer hijo), y ni aun el ver como la gente despreciada (recaudadores y prostitutas) llega a la fe, les hace reflexionar y arrepentirse (como el segundo hijo).

    Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


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